Siento mucho los retrasos, actualizaré el blog de vez en cuando, pero tened paciencia, please:



La vida de un sacerdote en Madrid es algo compleja, hacemos lo que podemos y que Dios ponga el resto. Si quieres contribuir pide a Dios que nos envíe más sacerdotes.

Un fuerte abrazo

miércoles, 18 de agosto de 2010

Lo que hemos visto...

Atrás quedó la República Dominicana, pero en ella continúan trabajando cinco misioneros de nuestro grupo, que siguen evangelizando esas tierras. Ya van cansados, según me cuentan, pero siguen dando el callo.

Habría que hablar de varios aspectos de estos días de misión. Vamos a ir por partes.

Situación de nuestra misión:



Nuestra misión se localiza hacia el este de la República, en la diócesis de San Pedro de Macorís, al este de oca Chica, al sur de El Seibo y al oeste de La Romana. Nos encontrábamos en la parroquia de San José de los Llanos, al oeste de la diócesis de San Pedro. Es una parroquia enorme, con más de 30 campitos y bateyes.
San Pedro de Macorís


Tuve la suerte de celebrar la Eucaristía en algunos campitos y bateyes, pero el grueso del trabajo lo realizamos entre Paloma y Cayacoa. Este semana los que se quedaban trabajarían en Gautier.

Situación social:

Los datos no están contrastados, son fruto de mi observación y de lo que me han dicho "in situ", quien quiera documentarse deberá acudir a fuentes oficiales.

La población dominicana asciende a unos 7 ó 9 millones de habitantes, mientras que la población haitiana dentro de la República Dominicana sería una minoría de unos 3 o 4 millones.

Existe un tremendo racismo, tanto vales cuanto más blanca sea tu piel, de modo que el negro haitiano no vale absolutamente nada. En un batey un niño negro llamó "negro" a otro chaval, cuya piel sólo era un poco más oscura, cuando le reconvinimos su acción le preguntamos: ¿Qué pasa, yo valgo más que tú por ser blanco?. Cuál fue nuestra sorpresa cuando nos respondió, en un tono que no admitía réplica: "sí".

En la zona en la que nos movíamos existe una tremenda pobreza, no es tan llamativa en el pueblo de San José de los Llanos, pero se vuelve clamorosa en los campitos y extrema en los bateyes. Lo de que no es llamativa en San José es por contraste, pero comparado con España sí que resulta bochornosa.

La gran mayoría de los habitantes de los campitos y bateyes, hasta hace poco trabajaban en la caña de azúcar, pero cada vez hay menos trabajo, pues se están levantando muchas cosechas de este producto para sustituirlas por el arroz, dieta fundamental del dominicano.

Hay campos de caña que son propiedad púbica (gubernamentales) y otros que están en manos privadas. Una familia destaca sobre el resto de empresarios de la caña, los Vicini, son los principales explotadores de la caña de azúcar en los bateyes de nuestra parroquia.

Muchos bateyes fueron construidos por los Vicini para que en ellos viviera un obrero de la caña, mientras durara su trabajo. Hoy por hoy, pueden convivir más de 20 personas en una sola choza del batey, en unas condiciones infra humanas. Además, junto a esas edificaciones (muchas veces con paredes de poliespan, con una ligera capa de cemento para recubrirlas), se hacinan otras chabolas con materiales paupérrimos.
Muchos de los habitantes del batey viven sin un peso que gastar y no se mueren de hambre porque por todas partes crecen árboles frutales. Se mueren por todo tipo de enfermedades con fácil solución si hubiera un poco de dinero.

También es justo anotar que en el batey de Cayacoa, los Vicini han construido más casas, los han dotado de colmados y hasta han levantado un templo o capilla para la atención de estas personas. Lástima que también hayan levantado un templo evangélico. No tengo nada contra ellos, pero ante las posibilidades económicas de estos últimos no había necesidad de facilitarles las cosas.

Muy pocos habitantes de los bateyes entran de un modo legal en la República, por lo que tampoco pueden inscribir a sus hijos, ni levantar actas de nacimiento. Esto no parece muy importante, pero es fundamental, como veremos cuando analicemos la situación religiosa de la zona de nuestra misión.

En esta zona de la República y con tantos haitianos que sólo hablan el creol (una jerga a caballo entre el francés y otras lenguas indefinibles) nos encontramos en uno de los ambientes sociales más difíciles y duros de todo el país.

Mientras estábamos misionando, un niño de apenas 7 años apareció ahogado en Paloma, el padre había abandonado a la madre  y ésta lloraba, aullaba y se revolcaba por el suelo desesperada. Una jauría humana la rodeaba, contemplando impertérritos la escena. Nadie la consolaba, nadie le ayudaba... Nadie la quería.

Es cierto que también tienen una gran capacidad de solidaridad, un hombre ciego de Cayacoa, siempre estaba acompañado, parecía que todo el mundo se turnara para guiarle, pero falta mucha humanidad. Aquí te das cuenta de que sin Dios, tampoco hay hombre.

En otras misiones me asombraba que ante la pobreza, las personas parecían más felices que en nuestro opulento primer mundo. Aquí he descubierto, que si esas personas podían ser felices en cualquier circunstancia, se debe exclusivamente a que han sido evangelizados y viven con el Señor. En estas tierras reina el paganismo y el vudú y Dios está ausente de sus vidas, por eso todo es amargura y tristeza.

Ahora, disponen de una rara virtud que me hace esperar que sea posible el cambio: una sinceridad y una sencillez aplastantes. Si se les predicara el Evangelio en toda su novedad, se convertirían de corazón, pero faltan obreros dispuestos a morir por ello.

La gente de esta zona no se casa por la Iglesia y habitualmente tampoco por la ley (matrimonio civil), sino como dicen por aquí: se casan "por la ventana". Esto da lugar a todo tipo de injusticias. Los niños nacidos pertenecen a la madre, no al padre, que puede pasar de ellos absolutamente. Esto degenera en que la madre necesita dar de comer a los niños, por esa razón, necesita que un hombre la admita y todo desemboca en una especie de prostitución solapada en la que las mujeres son esclavas de los hombres. No tienen la menor dignidad y muchas niñas, en cuanto llegan a a adolescencia acaban siendo violadas si no acceden a acostars con quien se lo solicite.

Desde luego, los padres no se quieren, los hijos no son queridos y muchas veces son maltratados, igual que sus madres, porque conviven no ya con su padre, sino con padrastros que simplemente retozan con sus madres. Todo esto es un caldo de cultivo único para vidas tormentosas, atormentadas y violentas. La vida humana no vale nada.

Ésta es la sociedad que hemos venido a evangelizar.

Situación religiosa:


Ya hemos tocado el tema del matrimonio y la familia, de la falta de Dios, del paganismo, del vudú y de las virtudes innatas de la sencillez y la sinceridad.

Aunque han tenido buenos misioneros, hoy por hoy, en la diócesis de San Pedro de Macorís sólo quedan algunos sacerdotes extranjeros,sobretodo los Paúles.

Como hay muy pocos curas, no pueden llegar a celebrar la Misa en todos los campitos y bateyes que tienen asignados. Poco a poco, se va perdiendo la presencia católica, los sacramentos, la catequesis y al retirarse la Iglesia, los protestantes (con mucho dinero, gracias a la financiación americana) se van haciendo con el control.

Por si fuera poco, al obispo se le ocurrió prohibir los bautizos de las personas que no tuvieran el acta de nacimiento. El argumento a favor es para ayudar al gobierno en el control de la inmigración. La consecuencia práctica es que los más pobres de la sociedad no pueden ser católicos porque el obispo no les deja. De hecho, comienza a notarse una profunda brecha social entre las personas más sencillas y sus pastores, más interesados en llevarse bien con el gobierno que en evangelizar a los pobres.

Los pobres sacerdotes se encuentran con las manos atadas, pues no deben desobedecer a su obispo, pero ven consternados, que personas que se van convirtiendo y quieren bautizar a sus hijos no pueden hacerlo porque no tienen los papeles en regla y tal y como van las cosas, nunca los tendrán.

Este obispo, es el mismo que hace unos años expulsó de la República Dominicana a dos misioneros españoles que habían conseguido evangelizar, con la garra propia de España, una amplia zona de la diócesis. Además, uno de ellos, logró crear un sistema de autofinanciación de su parroquia dando trabajo a muchas personas. El otro, consiguió mucho dinero para financiar distintas obras y 5 comedores en varios lugares de su parroquia, pero cuando le expulsaron, con él se fue el dinero necesario para mantenerlos y el obispo los cerró.

En un caso, el sacerdote se enfrentó con la familia más poderosa de Santo Domingo, denunciando el estado de opresión en el que se encontraban los trabajadores de la caña de azúcar. Llegó a responsabilizar, en general, a todo el pueblo dominicano y, en particular, al gobierno de la situación de esclavitud y racismo que se cernía sobre los haitianos. Era un hombre de fuego, pero sus últimos años se olvidó de evangelizar y sólo atendía al tema social.

El otro caso, es muy diferente, pues aunque ayudó mucho, y de un modo más duradero, a mejorar las condiciones de las personas de su parroquia, nunca perdió de perspectiva su misión sacerdotal y, de hecho, en sus comunidades se conserva mejor la fe católica. Era un hombre paciente y trabajador sin descanso. Al final, nadie me ha querido contar cuál fue el problema real, pero se enfrentó con el obispo en un tema fundamental de la pastoral. Por lo que veo, creo que pudo ser defendiendo la doctrina católica, ante un obispo que le da igual todo, salvo estar cerca de los gobernantes. Nunca respondió el obispo a sus cartas y al final, ni siquiera acudió a la parroquia cuando el Padre Antonio se despidió. El obispo no llegó a hablar con él, simplemente le ordenó por carta que le devolviera la parroquia que se le había confiado.

Hoy, apenas queda nada de su gran trabajo, salvo en el corazón de Dios. Por lo demás, se lo han cargado todo.

El sacerdote que nos acogió, el Padre Andrés, es un hombre dominicano. Un buen sacerdote; de la sociedad de vida apostólica que fundó San Vicente de Paúl; trabajador, sencillo y con una humanidad plena. Cuando tenía que celebrar Misa en algún campito de difícil acceso porque hasta los todoterrenos quedaban "enchivados", varados en el fango, se alzaba los pantalones y recorría los kilómetros que quedaran a pie. Llevaba varios años sirviendo a las Hijas de la Caridad (la rama femenina de su instituto), de ahí su talante conciliador, comprensivo y amable. No porque las Hijas de la Caridad derrochen esas virtudes, sino porque el sacerdote que las lleva o es así o ya se puede ir cortando las venas.

En fin, le pillamos en un momento de aclimatación a la nueva realidad pastoral que se le exigía, aprendiendo a llevarlo todo y, por si fuera poco, en una parroquia que en el mandato anterior tres sacerdotes no daban abasto, el Padre Andrés tenía que llevarla solo.

Parecía poquita cosa,con una formación limitada, pero resultó ser un hombre de Dios, capaz y entregado. Así me gustarían todos los curas. ¡Viva el Padre Andrés!

En definitiva, respecto a la religión, se podría definir al dominicano con el que nos enfrentábamos a diario como "un buen católico de cintura para arriba", como diría el Padre Andrés, sin perder la sonrisa.

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