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La vida de un sacerdote en Madrid es algo compleja, hacemos lo que podemos y que Dios ponga el resto. Si quieres contribuir pide a Dios que nos envíe más sacerdotes.

Un fuerte abrazo

sábado, 5 de noviembre de 2011

Una madre y su hijo sacerdote responden a las mismas preguntas:

    María Marta se casó en Buenos Aires con Laureano Mones Cazón. Ella estudió turismo, y decidió dedicarse por completo al cuidado de la familia. Ahora trabaja en un colegio. Este año, Pablo, uno de sus hijos, recibió la ordenación sacerdotal. Los dos comparten un objetivo en común: ser santos. En esta entrevista, madre e hijo responden a las mismas preguntas en torno a al ideal de vida que intentan seguir de la mano de san Josemaría.

María Marta y su hijo, Pablo, que fue ordenado sacerdote este año.
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        San Josemaría solía explicar que tenía "un solo puchero para todos", cuyo contenido es la búsqueda de la santidad en medio de las ocupaciones ordinarias. De ese puchero se pueden alimentar el padre y la madre de familia, el ingeniero, el abogado, el obrero y también el sacerdote... Así lo explica el Padre Pablo:

        “En mi casa siempre comimos todos lo mismo. Me parece que en la vida cristiana pasa algo así: a todos nos dan el mismo “alimento”: la oración, los sacramentos… Nunca me llamó la atención la piedad de mis padres, pero sí su confianza en Dios. Con el tiempo supe que hacían un rato de oración cada día. A ellos les debo el noventa por ciento de mi vocación, y –ahora como sacerdote– espero apoyarme en Dios siempre, como ellos; si no, estoy frito.”
-¿Qué significa “buscar la santidad en la vida ordinaria”?
        María Marta: Santificar el trabajo es hacerlo para Dios, ofreciéndoselo cuando me gusta y cuando me canso y dejaría todo... Intento seguir hasta terminar porque Jesús así lo hizo por mí: de vez en cuando miro un crucifijo que tengo sobre el escritorio y le digo: ayudame con este asunto que tengo entre manos. Santificar el trabajo es trabajar con Dios.
        P. Pablo: Sé que mi trabajo como sacerdote depende de Dios. Sin embargo tengo que pelear para que mis defectos no sean un obstáculo. Es como cocinar bien una receta. El puchero es de Dios, pero si me gana la pereza, el capricho, el mal carácter... se me quema el puchero, y se acabó la fiesta... Si peleo por ser puntual, aprender, estudiar, sonreír… sale el puchero de Dios, que es buenísimo y a la gente le encanta,¡quieren más! La receta está en el Evangelio y yo trato de aprender de un "chef" monumental que es San Josemaría.


La familia "al completo", después de la ordenación sacerdotal de Pablo.
-San Josemaría decía que no hay santo sin oración: ¿cómo lo concretas en tu día a día?
        P. Pablo: Intento “ser piadoso”, no porque me guste rezar, sino porque me gusta acercarme cada vez más a Dios. Pude leer y ver en videos como San Josemaría hablaba y quería a Jesús, a la Virgen María, a San José. Trataba de descubrir qué les gustaba, y actuaba en consecuencia.
Por eso charlo con Jesús bien temprano y me preparo para la Misa: quiero que vea que lo pongo en primer lugar. Después intento trabajar con orden para aprovechar más el tiempo, que siempre es poco. Rezo la liturgia de las horas. Más tarde un rosario y le hablo a la Virgen de mucha gente querida, del Papa, de la Iglesia... A veces trato de rezar otro, porque Ella hace más que yo en esos diez minutos.
        María Marta: Trato de conversar con Dios durante el día. Concretamente, cuando me levanto ofrezco a Dios el día; durante el trayecto hacia el colegio, rezo el rosario. Cuando llego al colegio voy a la capilla para hacer un rato de oración antes de participar en la Misa. Este es el mejor momento del día. Al mediodía rezo el Ángelus con mis compañeras de trabajo. Después, cuando vuelvo de almorzar paso a saludar a Jesús en el sagrario y a la vuelta a casa voy contemplando los misterios del rosario que no recé a la mañana. Al final de la tarde leo un rato un libro que me ayuda y antes de dormir hago un examen de conciencia cortito, rezo unas avemarías... y a la cama.


María Marta con dos de sus seis nietos.
-Pero el ideal es muy alto, ¿cómo no desanimarse?
        María Marta: Con la Confesión. ¿Cuántas veces pido perdón? Miles cada día, aunque me confieso una vez a la semana. La Confesión me ayuda mucho a descomplicarme: borrón y cuenta nueva. Me da fuerzas para seguir.
        P. Pablo: Trato de confesarme cada semana. Estoy seguro que si me hubiera casado tendría que pedir perdón más veces. Estoy lejos de ser santo, y Dios “es un santo” conmigo, ¿cómo no le voy a pedir perdón por mi falta de generosidad? Pienso que es lo mínimo que puedo hacer. Cada vez que me confieso me siento reanimado... por su paciencia y por lo mucho que me quiere.
-Una vida así es digna de ser compartida...
        María Marta: Sí. En realidad no hago nada “especial” para que mis amigas se acerquen a Dios. Intento ser buena amiga, eso sí. A veces con algún favor, como ellas hacen conmigo. Charlamos de nuestras cosas y del modo de afrontar los problemas. Con Dios, la vida se hace más sencilla, por eso veo que las puedo ayudar compartiendo mi fe, dicéndole cosas que tal vez les ayudan. Ellas saben que busco unos ratos para hablar con Dios, y a veces invito a alguna a acompañarme y les cuento como hago oración o qué libro estoy leyendo...
        P. Pablo: Cuando te acercás a Dios, te quema por dentro saber que hay gente que no lo conoce. Por eso, en primer lugar, le pido que más personas se acerquen a Él. Querría que conocieran a Jesucristo hasta en el último rincón de China. Entonces trato de estar más cerca de Dios cada día, y aprovecho la Misa (ahí llego también hasta China). Después, intento ser mejor amigo, sacar tiempo para verlos, enterarme de sus cosas y ayudarlos como ellos me ayudan.
El resto lo hace Dios y cada uno. En Argentina, cuando queremos decir que la gente no es tonta y sabe lo que vale la pena, decimos que “la gente no come vidrio”. Todos quieren ser felices... y Dios sabe qué es lo mejor para cada uno.


En el centro, Laureano, con sus seis hijos varones. Esta vez, no aparecen las mujeres de la famila: María Marta -la madre- y María, la única hija...
-¿Qué aspecto del mensaje de san Josemaría te atrajo especialmente?
        María Marta: Yo conocí el Opus Dei cuando tenía 19 años, a través de una amiga mayor que yo que tenía muchos, muchos problemas familiares y lo que más me llamó la atención es que nunca perdía la alegría. Además de todo lo que hacía, rezaba bastante...mucho más que yo. Ella me enseñó a hacer todos los días un rato de oración. Me mostró con su vida que comprometerse en serio a ser santa, buena hija de Dios, era compatible con una vida de casada, con hijos, trabajando, con amigos, el deporte y a estar siempre alegre también en momentos de dolor.
        P. Pablo: Quizá me atrajeron más las personas que el mensaje, porque tenía 14 años. Mis padres me habían enseñado que cuando iba a lo de un amigo tenía que saludar primero a sus padres. Cuando pisé por primera vez un centro del Opus Dei, me preguntaron si quería saludar al “dueño de casa”. Dije que sí, pensando en alguien que dirigía ese centro, pero me llevaron a la capilla donde estaba la Eucaristía, Jesucristo.
Era gente común, que creía lo que decía y querían vivirlo. Me di cuenta de que trataban a Dios como alguien muy cercano. Después conocí más a San Josemaría, un padre muy padre. Un hombre como todos y, al mismo tiempo, un santo. Con Dios siempre se puede.

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