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jueves, 29 de noviembre de 2012

El mejor apostolado: ¡Traédmelo aquí!

Del santo Evangelio según Marcos 9,14-29:

 Al llegar junto a los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.» Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!» Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.» Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» Al instante gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él.» Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»

 El otro día, orando me encontré con este texto y me llamó poderosísimamente la atención. Jesús se ha ausentado unos días y los apóstoles; cenizos ellos; no han sabido mantener la fe, han dudado y no han podido realizar el milagro.

Ver a Jesús en su cansancio, en su hastío, me llena de esperanza. Es cierto que no hago más que defraudarle, pero aunque se queje siempre se queda a mi lado, no me repudia, no me rechaza, no se harta definitivamente de mí sino que se sobrepone y su amor triunfa por encima de mis negligencias y, al final, hace Él mismo el milagro que yo no he sido capaz de arrancar a Dios.

Esa frase que he subrayado me tuvo durante toda la oración centrado en ella. No pensaba, simplemente me asombraba porque me daba cuenta de que éste es el secreto de todo apostolado. Yo no tengo que salvar a nadie, no tengo por qué solucionar los graves problemas de todo el mundo. Muchas veces, nisiquiera tendré que saber responder a las quejas, llantos y gritos de los que padecen injustamente.

Basta que sepa llevarles a Jesús, que se los traiga. Dice el evangelio que tras el mandato del Señor "...se lo trajeron." Esto es una maravilla. Quizás no tenga poder para hacer nada, ni para llevar sobre mis hombros el dolor de nadie. Me basta acercar a Jesús a cualquiera. Yo no soy Cristo, no soy el Salvador de nadie. Sólo soy el que le trae a todo el mundo. Mi papel es acercar a cada persona a Jesús. Poner, suscitar, procurar las condiciones necesarias para que pueda darse un encuentro con Cristo y luego debo retirarme y dejar que Jesús haga el resto. Yo no voy a conseguir que nadie se convierta. De eso se tiene que encargar Él. Lo mío es conseguir que se den las circunstancias favorables a un encuentro y asegurarme de que la persona responda con sinceridad, que realmente ponga en juego su libertad. Que no se esconda tras el manido "hay gente que cree, yo no creo, no se por qué". Diciendo eso se ponen fuera de la posibilidad de la conversión. Es necesario empujarles a desear. Que puedan llegar a decir: "Ojalá tuviera fe", llevarles de la mano para que la pidan y luego acercarles a Jesús y que Él haga el milagro.

Eso es mi modo de evangelizar, eso es mi sistema apostólico y creo que ésa es mi misión como apóstol de Cristo. No obsesionarme con cómo convencerles, sino invitarles a una posibilidad real. No imponerles por la fuerza de mis argumentos, sino seducirles... ¿No te gustaría...?

Un abrazo

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