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jueves, 6 de diciembre de 2012

Catequesis de los domingos: La virtud de la Templanza


La virtud de la templanza:

Lo primero que hace falta es tener una noción clara del objeto de análisis, que aquí es principalmente la virtud de la templanza. ¿En qué consiste? El Catecismo de la Iglesia Católica proporciona una definición que permite fácilmente hacerse una idea: «La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados» (n.1809). Se podría hacer una versión resumida, muy sencilla pero quizás incluso más precisa: la templanza es la virtud por la que se modera lo agradable. Todo lo agradable.

Con esta sencilla definición nos damos cuenta de que es una de la virtudes más importantes hoy por hoy, precisamente porque en una sociedad tan manifiestamente “sensible” o “sentimental”, es  una de las prioridades en la formación de nuestros jóvenes.
Esta virtud de algún modo nos ayuda a estimar lo bueno como bueno y lo malo como malo. La templanza nos ayuda a ser dueños de nosotros mismos. Vemos que muchas veces nos dejamos dominar por nuestros sentimientos, por nuestras apetencias y poco a poco esto nos va debilitando hasta que parece que carecemos de voluntad.
En la realidad vemos que toda meta humana que valga la pena alcanzar supone un esfuerzo, resulta ardua. Y siempre, en su consecución, se interpone algo agradable que invita a abandonar el esfuerzo, aunque sólo sea la pura comodidad. Si uno se deja llevar por estos estímulos, no será capaz de conseguir lo que se propone, o no será capaz de conservarlo si lo ha conseguido, con lo que eso lleva consigo de fracaso o frustración.
Hay muchas realidades que nos llaman poderosamente la atención. Muchas veces nos engañamos diciendo: “Si Dios quiere que sea feliz y esto me hace serlo, ¿por qué la Iglesia dice que es pecado?”. Se trata de un problema de valoración.
Efectivamente, Dios lo ha hecho todo bueno, pero eso no significa que en mis circunstancias actuales todo me siente bien. Y éste es el problema, que muy pocos son conscientes de esta realidad y nos dejamos llevar por los impulsos hasta que nos topamos con el dolor que producen las equivocaciones que hemos cometido a lo largo de toda una vida licenciosa.
De pronto, un joven piensa que no quiere a su novia porque ha confundido el amor con el mero sentimiento o cree que no va a ser capaz de ser feliz si no se tira a la novia de su mejor amigo. En el fondo es un problema mayúsculo, pues hoy todo tiene que ser aquí y ahora, sin dejar nada para luego.
Los adolescentes creen que el sexo es para divertirse sin pararse a estudiar las repercusiones que va a tener sobre su vida futura; pensamos cuando estamos enfadados que no hay nada más importante que el que yo manifieste mi enfado, sin darnos cuenta de las consecuencias de lo que vamos a decir; no quiero que absolutamente nada me limite; quiero divertirme hasta que esté completamente satisfecho; rechazo de plano mis propias limitaciones... ¿No os suena todo esto?
Hay que añadir que la templanza no sólo hace posible hacer algo valioso, sino también hace posible ser alguien valioso, lo cual es aun más importante. La templanza, precisamente por controlar el tirón de lo apetecible, permite que sea lo más elevado del hombre, la razón y la voluntad, lo que le gobierne. En este sentido, es liberadora, ya que cuando algo atenaza a la voluntad, esclaviza al hombre, que es menos dueño de sus actos y se comporta menos racionalmente. Y eso ocurre, en mayor o menor medida, cuando uno se deja «enganchar» por lo que le apetece.
La templanza llega a ser una garantía para poder vivir con libertad, sin dejarnos esclavizar por lo que me apetece.
De algún modo, la virtud de la templanza es la madre de muchas otras virtudes que virilizan nuestra voluntad y robustecen nuestro carácter y la falta de templanza nos convierte en esclavos de nuestras pasiones. ¿Esto significa que entonces es mejor renunciar a los sentimientos? No. Primero porque eso sería inhumano y al final supone el fracaso de la persona. Somos como somos y somos seres sensibles y sentimentales y eso no es malo. Lo malo sería intentar renunciar a los sentimientos, como hacen los budistas pretendiendo que la felicidad está en no desear nada, así se calma la angustia de no poseer lo que deseas. Menuda estupidez, es inhumano. Los sentimientos, los deseos... Las pasiones, en general, no son ni buenas ni malas, son fuerzas que nos pueden ayudar o que pueden dificultarnos las cosas.
Nos vamos a pasar la vida conviviendo con estas pasiones, así que en vez de renunciar a ellas, lo que debemos hacer es aprender a utilizarlas, potenciarlas y gobernarlas.  Éste será el fruto que obtendremos mediante esta virtud de la templanza.
Todo lo creado es un regalo que Dios nos ha hecho en su infinita amabilidad. Lo que a nosotros nos corresponde es usar todo cuanto existe en la medida en que nos ayude a acercarnos más al fin para el que hemos sido creados. Hemos sido creados para amar, servir y adorar a Dios nuestro Señor, como diría San Ignacio de Loyola. El catecismo es más escueto y sólo dice que Dios nos ha creado para vivir en comunión con nosotros, esto es, para que lleguemos al cielo y vivamos con Él y ya en nuestra vida mortal que podamos vivir una vida con Él.
Vemos que diariamente tenemos que hacer frente a deseos y pasiones que en ocasiones nos ayudan en nuestra vocación y otras veces parece que nos dificultan la vida. A veces, podemos incurrir en un error, como los deseos no son fáciles de gobernar, pensamos que es más fácil cubrirse de indiferencia. Me da igual por qué deseo algo desordenadamente,  lo que Dios me pide es que no lo haga. Puedo estar muriéndome por acostarme con una chica, que mientras no lo haga no peco. Es cierto, pero sería un error no plantearse por qué la deseas tanto. Cuanto más comprendas tus deseos, más fácil será luchar y posiblemente hasta consigas que el deseo te ayude a vivir mejor.
Es cierto que el pecado es consentir, si sientes no pasa nada... ¿o sí? ¡Claro que pasa! ¿O no sufres cuando no puedes realizar tu deseo? ¿No sería mejor llegar a educar los propios sentimientos y deseos? Si pudiera dejar de sentir odio, sería más fácil tratar a mis enemigos. A lo mejor, no puedo dejar de sentir, pero sí suscitar en mí otros sentimientos más fuertes que me ayuden a contrarrestar la pasión adversa.
Todo comienza educando la voluntad, aprendiendo a negarme cosas que pueden ser lícitas, pero no me ayudan o que son indiferentes, pero me viene bien como un entrenamiento para que cuando sea necesario haya sabido privarme de los caprichos.
Pero la voluntad sola no basta. Necesito aprender a valorar lo bueno y a repudiar lo malo. Si  toda mi vida me atrae el mal, voy a sufrir muchísimo. Si he aprendido a aborrecerlo y mis sentimientos son de rechazo, me será más fácil. Por eso es necesario huir de las ocasiones de pecado. Imagínate que estoy casado y una chica me gusta mucho o que la novia de mi mejor amigo me atrae. Si sigo buscando el trato con esa chica, terminaré metiendo la pata, por eso si huyo y evito tratar a la niña en cuestión, conseguiré que mis sentimientos hacia ella vayan desapareciendo. Si sigo buscando su amistad, el sentimiento será cada vez más fuerte y al final me estaré condenando estúpidamente a sufrir.
¿Por qué es tan importante el trato habitual con el Señor, con los amigos, con la familia? Porque cuanto más trato con las personas más fuertes son los sentimientos que me unen a ellas. Si dejo de hablar con el Señor, al final me dará igual estar con Él que sin Él. Si no busco a mis hermanos, al final querré más a los de fuera que a los de mi propia sangre. Es necesario evitar lo malo y buscar lo bueno. Si busco el trato con personas buenas, poco a poco, yo mismo iré mejorando porque no sólo se mejora mediante actos voluntarios y conscientes, también nos ayuda a mejorar el ejemplo de otros que nos anima a desear la virtud.
Al final, nos damos cuenta de que cuidar nuestros sentimientos y deseos es una forma imprescindible para poder vivir bien y en paz. No hay nada más duro que tener que luchar contra nuestros propios deseos. Dicho de otro modo: si consiguiéramos algo que nos inspire un fuerte deseo por el bien, nada nos apartaría de ello. Por eso hay que cuidar que lo bueno sea también atractivo. Esa es la esencia de la educación en valores. Si supiéramos valorar cada cosa, tendríamos gran parte de la batalla ganada. Si aborrezco lo malo y me entusiasma la bueno, seré feliz practicando el bien.
Hay muchas personas que son infelices cerca de Dios porque se pasan la vida deseando lo que Dios prohíbe y sin embargo no saben disfrutar con lo bueno. Son personas que se han pasado la vida pensando que con sólo hacer el bien bastaba, pero al cabo de unos años de tremenda insatisfacción lo mandan todo a la porra. ¡Qué importante es cuidar los deseos!
No se trata de no sentir, sino de saber dominar el ansia de placeres por algo mejor. No es censurar, ni reprimir, se trata de ordenar y sublimar. De preferir lo bueno. Si de corazón prefiriéramos lo que Dios nos pide... ¡qué fácil sería ser santo!
La templanza es la madre de la castidad, del orden en los afectos, de la serenidad de carácter, de la mesura en los juicios, de la ponderación de las decisiones, del equilibrio en las comidas, en el estudio y en todas las actividades de nuestra vida. Es necesario un orden. Tan malo es no estudiar en absoluto, que descuidar a la familia, a Dios o a los amigos por dedicarse sólo a estudiar.
Ámbitos donde vivir la templanza: en el dormir, el comer y beber, el sexo, la cólera, la objetividad en los juicios a los que me han ofendido, en el hablar (hay quien no se calla ni debajo del agua), en el aprender y el estudiar... Que cada uno vea en qué ámbito le resulta más necesaria la templanza. Insistid mucho en el estudio no sólo por los vagos, sino por los que se agobian tanto en los exámenes que dejan de hacer cualquier otra cosa necesaria por su intemperancia en el estudio.

Un abrazo, majetes...

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