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miércoles, 9 de enero de 2013

San Francisco y Tierra Santa

¿Qué manía tienen los santos con Tierra Santa?

De hecho, mis dos santos preferidos, san Ignacio y San Francisco tuvieron un deseo inmenso de ver los Santos Lugares. Ver, tocar... "Lo que hemos visto y oído..." Dirá San Juan Evangelista. Nuestra religión es una religión de los sentidos. Necesitamos ver y tocar para eso se Encarnó Dios.

¡Qué gran misterio que Dios se haya concretado, que haya tomado cuerpo! Qué maravilla descubrir que Dios nos mira con ojos humanos. Jesús es Dios y también es Hombre, por eso propiamente podemos decir que Dios nos Ama con un corazón humano.

Ésta es la locura del amor de Dios. Es ésta la única razón por la que se explica esa necesidad de conocer los Lugares donde fue concebido, nació, predicó, hizo sus milagros, murió y Resucitó Jesús.

De hecho, la espiritualidad franciscana y la ignaciana coinciden en algunos puntos. Uno de los más grandes es en la devoción al Nombre de Jesús (Jesús.- JHS: Jesús Salvador del Hombre) y en general la profunda raíz de su espiritualidad en la propia humanidad del Hijo de Dios. Una oración que usa mucho la imaginación (ver con los ojos de la fe a Jesús, su mirada, sus gestos, su modo de hablar...), seguir los mismos pasos de Jesús... ¡Qué locura pensar que Dios tiene pies y que levantaba el polvo del camino al caminar! ¡Jesús cansado, llorando, riendo, sonriendo, abrazando, dando la mano, levantando al caído, tocando y acariciando al leproso, sangrando, sudando, con hambre y sed...!

Si de verdad amas al Señor, ¿cómo no vas a venerar los lugares donde Él estuvo?

En el caso de San Francisco, además se juntaban otras dos motivaciones. El enorme deseo que tenía de ser mártir de Cristo, de confesar la verdadera fe con el testimonio mayor que podemos dar de Jesús, derramando nuestra propia sangre por el Nombre de Jesús.

En todas las biografías de San Francisco de Asís destacaba este deseo. En el fondo es un deseo humilde. Yo no tengo la seguridad de salvarme por la santidad de mi vida, de modo que la manera de asegurarme de ir al cielo es si me matan por Cristo. Así que voy a tierra de infieles me cortan la cabeza y me salvo. ¡Bendito negocio!

Hoy ya no está esto demasiado bien visto, quizás está sobrevalorada la vida en este mundo. Desde luego, mejor es ir al cielo que cualquier otra cosa, pero bueno...

La tercera razón de ese ardiente deseo que tenía San Francisco fue la predicación de la Cruzada. Tras el ignominioso término de la IV Cruzada con la toma de Constantinopla cristiana por los ejércitos también cristianos cruzados latinos y tras el posterior pillaje de la ciudad, Inocencio III, uno de los Papas más poderosos politicamente que ha tenido la Iglesia decide expiar los pecados de la cristiandad con la toma de Jerusalén, Nazareth y Belén. Varias veces Saladino y sus sucesores habían ofrecido el dominio de estos lugares a los cristianos para evitar la guerra, pero los cruzados siempre lo rechazaban porque ese dominio estaba sometido a grandes impuestos y a la falta de seguridad real de dichas plazas. Necesitaban zonas libres para abastecerse y si estaban rodeados de enemigos, ¿cuánto podrían durar?

San Francisco decide hacerse cruzado, pero a su modo. En vez de ser "cruzado", será "crucificado". El legado cardenal de la Santa Madre Iglesia que el Papa Honorio III había designado para llevar a cabo esta cruzada era Pelayo y éste decía que puesto el Islam se había impuesto por la espada, por la espada debería ser contenido. Francisco pensaba de otro modo.

De hecho, los únicos frutos duraderos de esta V Cruzada fue los que dió San Francisco. Con la conquista de Damieta por los cruzados a sangre y fuego, pocos años después fue recuperada por el Islam. Sin embargo, San Francisco sin empuñar una sola espada, consiguió seducir al sultán sobrino de Saladino y conquistar su corazón de modo que los franciscanos fueron los únicos católicos que tuvieron derecho de paso por todas las regiones bajo dominio del sultán y éste les convirtió en guardianes del Santo Sepulcro y de otros muchos santuarios cristianos.

Después de una derrota ante el monte Tabor, los cristianos se dirigieron a conquistar Egipto, pues una vez cayese Egipto se encontrarían sin resistencia para ocupar Tierra Santa. De modo que dirigieron sus tropas a Damieta fortaleza al norte de Egipto, en el delta del Nilo para comenzar allí su conquista. Fiado de su fuerza avasalladora el cardenal Pelayo desoyó los tratados de paz que le concedían las plazas de Jerusalén, Nazareth y Belén. Quería no sólo recuperar estas plazas sino arrasar el Islam definitivamente.

En esa época apareció un frailecillo que le complicaría la vida hasta límites insospechados. Este frailecillo de aspecto desarrapado le pedía permiso constantemente para ir a la plaza infiel para convertir al sultán. Este mismo sultán había ofrecido un besante de oro (cantidad inmensa de dinero) a quien le trajera la cabeza de un cristiano. Pelayo se reía del fraile y le sugirió que hiciese apostolado entre los cruzados, animando el espíritu guerrero. Alguna otra vez tuvo que volver a negar el permiso a aquel fraile pesado y machacón.

De pronto, un día, ese frailecillo se puso a profetizar diciendo que no combatieran, que Dios había abandonado el campamento cruzado por sus muchos pecados y que sufrirían una inmensa derrota. Todos se rieron de él como loco e iluminado y se lanzaron contra los muros de la fortaleza. En una acción militar sin precendentes, el ejército del sultán rodeó a las tropas cristianas y les infligió una tremenda derrota. Quienes mayores bajas sufrieron fueron los siempre esforzados cruzados españoles, los más aguerridos, quienes buscaban siempre las primeras líneas.

En poco tiempo comenzó a circular por el campamento cruzado el rumor de que Francisco había profetizado la derrota y muchos ojos se volvieron a aquel fraile pobre y sonriente que siempre se encontraba en la cabecera de los heridos. Con el paso del tiempo, el apostolado de ese frailecillo resultó fructificar entre los cruzados, pero no como el lagado pontificio esperaba, sino que hasta su mismísimo secretario le pidió irse con los frailes de la cuerda. Muchos soldados abandonaban las armas para dedicarse a la vida evangélica. De modo que Pelayo reaccionó y decidió quitarse el problema de encima. Le concedió lo que pedía.

De este modo, Francisco se encontró con su compañero (posiblemente fray Iluminado) en el desierto. Dicen que se alegró mucho cuando descubrieron dos ovejitas perdidas y le decía al hermano Iluminado: "Mira, hermano, es una señal de que somos bendecidos por Dios. Él nos envía como ovejas en medio de lobos".

Al ser sorprendidos por soldados musulmanes, los monjes cristianos se pusieron a gritar el nombre del sultán con lo que los soldados respetaron sus vidas, pero los molieron a palos y fueron presentados al sultán encadenados.

Por fin, nos encontramos con Fancisco ante la tercera razón de su visita a Tierra Santa. Él quiere acabar con el Islam, pero no con los musulmanes. ¡Francisco que considera al lobo su propio hermano cómo iba a odiar a unos hijos de Dios! Francisco quería convertir a los musulmanes a la verdadera fe, quería salvar sus almas y pensaba que si convertía al sultán, los demás le seguirían.

Tuvo encuentros con los teólogos y consejeros del sultán. Él no entraba en diatribas estériles. No argumentaba, simplemente exponía la verdad. Dios se ha hecho hombre para salvaros. Tan sencillo como esto y nadie era capaz de callarle. Incluso viendo las dificultades del sultán para creer, le propuso un trato. "Encended una gran hoguera, yo entraré en ella junto con los principales de vuestra religión. Que Dios respete la vida de quien le honre de verdad". Evidentemente, ningún consejero estuvo dispuesto a entrar en la hoguera. Así que Francisco repuso: "Entraré yo solo. Si muero es por mis pecados, si vivo entonces os convertiréis". Ahora fue el sultán quien rechazó la apuesta, convencido de que Francisco era un hombre de Dios como nunca antes había visto a nadie.

"Si vuestro Dios es Amor, ¿por qué los cristianos nos hacen la guerra?" Ahora tuvo que ser Francisco quien callara. No tenía respuesta. Los pecados de la Iglesia. Si no hubera habido Cruzada, quizás el sultán no habría tenido excusas y se habría hecho bautizar.

Después de un tiempo con el sultán Francisco regresó al campamento cristiano. El sultán quiso hacerle grandes regalos y Francisco se negó. Así que el sultán le concedió un salvoconducto para que él y todos los "frailes de la cuerda" pudieran ir con libertad por todos sus dominios.

La Cruzada terminó siendo un fiasco. Aunque Damieta cayó y los cristianos no respetaron ni la vida de los niños, pocos años después volverían a recuperarla los musulmanes. Aún así hubo otras cuatro Cruzadas más que lo único que lograron fue enconar el odio entre los cristianos y los musulmanes. "Quien a hierro mata, a hierro muere". La espada nunca ha sido bien vista por nuestro Señor. No queda ningún fruto de esa Cruzada, sólo la presencia de los franciscanos en Tierra Santa. Durante más de cuatro siglos han sido los únicos católicos que pudieron permanecer en estos territorios, gracias a un "cruzado" que no quiso ningún mal para los mahometanos, sino sólo su conversión y se presentó a ellos con amor y sin armas.

Que la historia nos enseña más que muchas predicaciones. Nuestras armas son las de Cristo, no las del mundo. Como diría San Francisco: "El evangelio no necesita defensa, necesita ser vivido"

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